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Diez años malviviendo en los refugios temporales del terremoto de Haití

EFE/Manuel Pérez Bella
Puerto Principe

Sin agua potable, bajo unos techos de zinc que no ofrecen protección de la lluvia y con unas fétidas letrinas comunitarias, miles de haitianos continúan malviviendo en los refugios temporales levantados hace diez años tras el sismo que devastó la región de Puerto Príncipe en 2010.

Uno de los asentamientos temporales más populosos de los 22 que siguen en pie es Corail, nombre de una comunidad compuesta por cientos de viviendas construidas en chapa o en un frágil tablero y que se desperdigan por un terreno pedregoso, en medio de la nada, a 25 kilómetros al norte de la capital.

“Vivimos en la miseria aquí, la miseria nos envuelve. Si tuviéramos dinero podríamos hacer algo, pero no lo tenemos”, dice resignada a Efe Helene Laura, una madre que comparte con sus seis hijos una pequeña casa de un ambiente, en la que una sábana es la única separación entre el dormitorio y la diminuta sala de estar.

Unas 34.000 personas, según cálculos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), siguen viviendo en una situación similar desde la época del terremoto, que cumplirá su décimo aniversario el próximo domingo.

REFUGIOS CON FECHA DE CADUCIDAD

Las casas en Corail fueron construidas por una ONG con la idea de servir de refugio temporal por un máximo de dos o tres años, para acoger a las personas que se quedaron sin hogar cuando tembló la tierra con una potencia de 7,0 grados, una de las más altas en la escala de Richter, dejando un saldo de 316.000 muertos.

La mayoría de los 1,5 millones de desplazados por el terremoto ya han sido realojados y no quedan tiendas de campaña en Puerto Príncipe, pero los refugios temporales que siguen en pie, lo hacen a duras penas.

“Vivimos bien entre 2010 hasta 2013. Desde 2013 vivimos muy mal. La situación es muy grave. Cuando llueve estamos obligados a quedarnos afuera de la casa. Cuando vuelve el sol, no podemos respirar en el interior del refugio”, protesta uno de los líderes de la comunidad, Nocius Lainé.

Las lluvias, y en especial los huracanes que cada año barren el Caribe, es lo que más temen los habitantes de Corail porque las goteras les obligan, a veces, a dormir a la intemperie.

Pero también enfrentan otras amenazas a diario, como la insalubridad de las letrinas comunitarias que, sin recibir mantenimiento desde hace años, están en mal estado y desaguan en una zanja a cielo abierto que discurre paralela a la calle principal de Corail.

CASAS DE JUGUETE

Una mujer, Madeleine Saint Hilaire, se queja de que debido a las reducidas dimensiones de su casa, de unos 20 metros cuadrados, no tiene intimidad para separar a sus hijos varones y hembras, a la hora de bañarse, lo que hace con un balde de agua.

“El problema es que tengo muchos niños, vivimos juntos en una pequeña casa, eso no me gusta. No tenemos ducha, para bañarnos montamos un lugar para hacerlo. Tenemos niños y niñas, colocamos una separación, pero no tenemos intimidad”, comenta.

En las minúsculas casas es posible alcanzar casi cualquier objeto o pieza de mobiliario sin levantarse de la cama, que comparte toda la familia.

Una pequeña hornilla de cocinar se ubica a los pies del colchón, que a su vez está a un paso de distancia de la mesa de plástico que amuebla la sala de estar.

LEJOS DEL TRABAJO Y LA ESCUELA

Corail está en medio del campo, a unos 15 minutos en automóvil del núcleo urbano más cercano, situada escondida en un camino de tierra que conduce a la carretera que une Puerto Príncipe con el norte de Haití.

Su aislamiento -no hay transporte público- hace casi imposible a los moradores del asentamiento encontrar trabajo o llevar a sus hijos a la escuela.

La familia de Madeleine, con cinco hijos, se sustenta con el exiguo dinero que gana su marido, un moto taxista que intenta ganarse el sustento en un Haití que atraviesa una de sus crisis económicas más graves de las últimas décadas.

En una situación similar se encuentra Helene Laura, en cuya casa, con seis hijos, nadie tiene empleo.

“Tengo seis niños y no sé qué hacer con ellos. Podemos trabajar, pero no sé dónde encontrar trabajo. tengo un hijo de 18 años que puede trabajar, pero es imposible encontrar trabajo”, espeta Laura.

Antes del sismo, esta mujer se dedicaba a vender todo tipo de cosas en uno de los incontables puestos ambulantes que flanquean la avenida Delmas, en el corazón de Puerto Príncipe.

“Antes del sismo no vivíamos en esta situación. Yo tenía un comercio, pero mi casa fue destruida por el sismo y lo perdí todo”.

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