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Productos auténticos y antojitos clásicos que imprimieron su sabor en el gusto de los dominicanos

Si eres un auténtico dominicano y tienes cierta edad, a lo mejor recuerdas productos y antojitos clásicos que hicieron historia durante generaciones. Esas delicias ya desaparecieron o transformaron su formato, pero todavía son recordadas con alegría y gran emoción.

Empecemos con Pinturas Dominicanas, la famosa Pidoca… ¿quién no pintó su casa u oficina con esa marca? De eso hace ya unos añitos, pero esa pintura dejó brochazos y colores en muchas casas y edificios. La fábrica fue creada en tiempos de Trujillo, y estaba donde está hoy el Club Deportivo y Cultural 29 de Junio, en Santo Domingo Este. La pintura era un orgullo dominicano de gran calidad. Pasado el tiempo, un terrible incendio acabó con la fábrica.

Y mira, muy cerca de allí estaba Galletas Tamara, otra delicia para el paladar de los chicos en los años setenta, ochenta y noventa. Los pequeñitos de esa época saboreaban esas galletas, que venían dulces como saladitas. Las había para todos los gustos y edades. Pero desapareció.

¿Recuerdan el suculento refresco Imperio? Este refresco era saboreado en cumpleaños, engalanaba fiestas y coronaba el gusto infantil durante décadas. “Si es Imperio, me lo bebo“, era una frase muy famosa entonces. Esos momentos se conservan en el frasco de la memoria: no pocos los recuerdan todavía. La bebida era mocana, pero llegaba al resto del país.

Los esquimalitos dejaron una gran historia. Los muchachos eran locos con esos heladitos que venían en fundita plástica. Con los dientes rompías la fundita y disfrutabas de esa delicia en diferentes sabores. Eran fabulosos y refrescantes. Ya no vienen como antes.

Antes vendían unos tubitos de Nestlé, que eran dulces y de diferentes sabores: a chocolate, a fresa, a vainilla, etc. Tenían forma de triángulo, eran sabrosos, se adquirían en colmados y supermercados. Se apretaban por la parte inferior y salía el contenido, llenando la boca de sabor y alegría. Ya no vienen, lamentablemente.

 

Una jugola era un jugo que venía en un potecito redondito y llenito, más o menos pequeño. Para abrirlo había que accionar la tapa, halándola y dándole vuelta hasta que se soltaba, y ya podías beber. Eran de distintos sabores. Sabían buenísimos y podías acompañarlo con algo sólido: una masita, un pan, un yaniqueque… Era realmente delicioso.

El pan cuco” era como una torta quemadita con azúcar por encima. Se hacía con harina, coco, leche y otros ingredientes. Era muy famoso en Samaná.

Las lengüitas eran masitas alargadas, parecidas a una lengua, por eso su nombre. Suaves y suculentas, hicieron historia. La encontrabas en el colmado, te desayunabas con ellas. Sabían riquísimas, derretían el paladar.

El gofio era otra delicia. Venía dentro de un conito alargado de papel, lo echabas en tu boca y lo disfrutabas a más no poder. A veces hablabas con la boca llena y salía todo ese gofio, hasta embarrar a otros delante de ti. Era una locura sabrosa. Ahora viene en otro formato.

La Vitalidad fue otro producto clásico. Era inconfundible no solo por su nombre, sino también por su textura y sabor. Se vendía mucho, a los muchachos les fascinaba. Era una galleta revestida de chocolate, que dejaba el paladar como un paraíso.

También venía un polvito dulce en un empaque con la figura de los Picapiedras. Lo sacudías con las dos manos e iba saliendo el polvo hasta llenar la boca de dulzura.

La paleta de Cola venía en una fundita y tenía buen sabor. Se llamaba Nara Cola y alegró a muchos nenes, a quienes se les daba una y se tranquilizaban. Si se la quitaban, entonces se incomodaban de mala manera.

¿Y quién no recuerda las famosas gomas de mascar? Eran los famosos “chicles”, que se masticaban a diente pelado, hasta que se convertían en bolitas con las que se hacían “globos” soplando. Daban una sensación de libertad y emoción.

El emocionante “bubalú” era primo del chicle, solo que adentro traía como un dulcito que se ingería con delicia y emoción. Subía la adrenalina, sobre todo en momentos de tensión, o antes de tomar un examen en la escuela.

Los “piecitos” eran paletitas rojas que se chupaban hasta que se convertían en nada dentro de la boca.

Los llamados “tazos” eran como guijarros o monedas achatadas, que venían dentro de una funda de papitas y se coleccionaban. Representaban personajes de muñequitos: por ejemplo, de los Dragon Ball. Con ellos se podía jugar al más fuerte, tratando de derrotar a los tazos contrarios.

 

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